Yo quiero viajar con excusa, que me
esperen en cualquier aeropuerto, y sólo con equipaje de mano, sí, yo siempre
quiero viajar en vuelos baratos. Y quiero tener barba, y un gorro con orejitas,
y un abrigo de tres dedos de gordo, y una bufanda eterna. Y llevaré una mochila
de mochilero, aunque no sea cool,
pero me gustan a mí las mochilas de mochilero. Ah, sí, muy importante, voy a ir
en vans todo el año, aunque todavía no las
tenga.
Pero para todo eso
necesito primero una excusa, por lo que Yo también quiero enamorarme, en
verano, de alguien del norte -no de España, sino del mundo-, porque no tiene
sentido ir a México con barba, gorro con orejitas, jersey y bufanda eterna; ¡incluso
las vans estarían fuera de lugar!-,
universitario como yo seré entonces, y que lea mucho. Quiero que tenga nombre
de vikingo, que suene a guiri incorrupto, Ulrike mismo, y que me enseñe a decir
cosas bonitas en vikingo, y que se ría de cómo las digo.
Ahora que ya
encontré la excusa puedo decir bien alto que quiero hacer viajes de seis días
en los que tenga que estar una noche entera en el perdido aeropuerto de Ryanair
en Frankfurt para poder hacer trasbordo. Claro, que eso no será ningún
problema: leeré entonces los poemas bonitos que le recitaré a Ulrike cuando nos
saludemos en su fría cama de nieve.
Para entonces ya
quiero saber vivir. Saber evadirme con cada libro y no hundirme en la
mierda con cada palabra escrita. Saber estar solo. Quiero vivir en un piso de
muebles vintages, que no viejos, con
pósters de bebidas alcohólicas en el salón y mesas y armarios
descontextualizados. En una de esas mesas, la mesa camilla que la casera vieja
pondrá en la entradita, dejaré la llaves al regresar de mis viajes al norte -no
de España, sino del mundo-. Y con ellas dejaré las poesías para Ulrike, sus
be(r)sos.
Sin embargo yo no
quiero que Ulrike sea para siempre; ella nunca cierra la puertecita del microondas. Alguna vez el desenfreno nórdico, su nieve,
sus lagos congelados, sus viajes de locura juvenil, sus abrazos con guantes y
botas que compraré allí y allí dejaré porque en Granada no tendré ocasión de
utilizar tienen que acabar. Yo quiero caer en la decadencia a los veintiocho.
Que el huracán Ulrike me suma en una gran depresión social y acabe en
el mercado negro de amores clásicos en el que se proyecta bodas para dentro de
años, se tiene hijos y se va de luna de miel a Cancún. Y en Cancún pensaré en
la luna de miel que habría tenido con Ulrike en Australia que, de haber ocurrido,
habría dado lugar a mi premio Nadal. Porque Ulrike será siempre eso: ella siempre
será mis letras, ya nunca más daré be(r)sos sino sólo besos, o versos, pero
nunca más los dos a la vez. Yo quiero que, cuando siga comiendo para escribir y
no escribiendo para comer, Ulrike siga respirando con su cabecita clara en mi
pecho.
Por lo que yo
quiero viajar, enamorarme, viajar, dolerme por haberme enamorado y escribir
sobre la decadencia que Ulrike desencadenó.
Ulrike, bitte, viaja al pasado y ven ya
a por mí.