domingo, 9 de septiembre de 2012

Oigan ustedes, señoritas.


    Las enfermeras, esas señoras (o señoritas, dependiendo del paciente que las llame) a las que hace tiempo que se les ha olvidado lo que es estirar los labios, levantar los pómulos y enseñar los dientes, así como no comprenden palabras como gracias o por favor; eso no está en su vocabulario. El imperativo impera en los pasillos de los hospitales; la mala follá, hablando en plata.

    No les voy a pedir, señoritas, que vayan de habitación en habitación contando chistes, cantando, dando abrazos. Están ustedes trabajando, están ustedes hasta el coño de un trabajo caótico (otro día hablaré de la mala organización del hospital de Jaén) y difícil (si ya nos es complicado tratar con nuestros mayores, cómo no va a serlo cuando no son "nuestros"). Pero igual que cuando vamos a una tienda nos gusta que nos den los buenos días y las gracias, por educación, más que nada, también nos gusta eso en el hospital, donde, para más inri, la gente está en la chusta y no voluntariamente.

    Mi abuela lleva ingresada ya un mes (por eso estoy aquí escribiendo esto, no es que yo me vaya al hospital en mi tiempo libre a espiar a las enfermeras), y bastantes pesambres (pesadumbres en castellano) lleva ya la pobre para que le den una más cada vez que le traen la bandeja de la comida, o cuando tiene que llamar dos veces al timbre porque no vienen y encima le dicen que por qué llama dos veces, que si no se puede esperar, o cuando tienen que cambiarle el suero,... 
La palabra prohibida.

    Señoras (señoritas) enfermeras, ¿no podrían ustedes plantearse su trabajo con otra filosofía de manera que los únicos ceños fruncidos sean los causados por el dolor? Tienen ustedes en sus manos la vida de mucha gente, quienes las necesitan para cuestiones tan fundamentales como evacuar (cagar) y asearse, y no por gusto, que si ellos pudieran no estarían allí, ni os pedirían la cuña, ni los calmantes, ni los enemas, pero coño, la educación, que os la dejáis en la taquilla con la ropa de calle.

    No quiero generalizar, que hay dos o tres enfermeras muy apañás y a las que mi abuela les tiene un cariño..., pero igual que se dice que los funcionarios no hacen nada y a los profesores no les gusta su trabajo, oye, ¡las enfermeras     están siempre estreñías!

    Y cuando digo señoras, señoritas y enfermeras, también digo señores, señoritos y enfermeros.

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