viernes, 9 de noviembre de 2012

Insultadores profesionales.

El insultador, ese persono que se alimenta de la autoestima de los demás. Acostumbra a pasearse por la ciudad con los brazos separados del cuerpo y con cara de asco, observando a sus futuras presas. La felicidad del insultador es directamente proporcional a la felicidad de sus víctimas, pues cuanto mayor sea ésta, más saciado quedará él.

A veces simplemente tiene ganas de un tentempié entre clase y clase y busca al que esta empezando a sacar los pies del fango para rehundirlo a gritos. No hemos de olvidar que el insultador es ser humano y, además de equivocarse (constantemente), disfruta de la gula como las abuelas en las bodas. Así, no es extraño hundir a los hundidos por el simple placer de masticar y tragar. En definitiva: no es delicado, come lo que sea mientras sea autoestima, de momento.

Es el insultador un ser del mundo sensible, basado en aparentar lo que no es. Es como un payaso que no se quita el disfraz ni para ducharse. Muchas veces, sobre todo en el cine americano, los insultadores "tienen un pasado difícil marcado por la pobreza, las familias rotas,... y han sufrido los insultos, e incluso el bullying, en sus propias carnes, razón que les llevó a adoptar tan odiosa actitud para con el mundo". En el fondo no son criaturas tontas: comen porque saben qué es el hambre, al igual que el rico explota porque sabe qué es ser pobre. Aquí surge el interrogante de "¿justifica el fin los medios?". Pues no, así de claro.

En otras ocasiones, ni pasado ni antecedentes ni traumas ni nada, se insulta por insultar, por el placer de sentirte superior, porque si yo estoy de mierda hasta el cuello, tú hasta los ojos, que lo mereces más que yo. ¿O es que no has insultado tú? ¿Y tú? ¿Y yo? Todos tenemos nuestra parte podrida en el interior, todos alguna vez hemos querido ser insultadores profesionales como los que nos insultan. Nosotros somos cobardes amatures que le damos a la lengua de lo lindo, pero nunca con la intención de que la víctima se entere: comemos lento, para que no sea descubierto el asesino. Quizá sea ésta la peor de todas las razones que pueden inducir al insulto: la gula nunca fue buena, y menos aún cuando no te acuerdas de lo que es el hambre.

Pero ya será devorada la autoestima de los insultadores (si tienen de eso). A fin de cuentas, esto es como la pescadilla que se muerde la cola: si el insultador insulta yo soy insultado, si yo soy insultado puedo acabar convirtiéndome en insultador profesional e insultar a los que me insultaron y a otros, que serán insultados... Mientras haya insultados, habrá insultadores. 

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